De Aniquirona
Trilce Editores, 1998
I
Y estoy buscando las voces del caminopara traducirlas
seguro llevarán tu nombre
he aprendido a interpretar la voz del viento
esa misma que arrulla las hojas entreabiertas
de tu árbol.
¡Aniquirona, Aniquirona!
Te llama el río
y en las gotas frenéticas del aire
va tu aliento prendido a las veletas.
Al cuenco de mis manos
llega impetuoso el sol
con el oro y el trigo de tu cima
¿Debo ascender al principio del lenguaje?
Allí narran las gaviotas
los días difíciles del cielo
el trasbordo misterioso de las nubes
¿Debo traducir el idioma musical de sinsontes y de mirlos
para conocerte?
He de cuestionarme
mujer de largos sueños
e inexplicables trances
cuál es el país al que me invitas?
Apenas sé cómo te llamas
me lo ha contado el río
y sé que Aniquirona
es el umbral de otros caminos.
II
Toda vez que me aproximo a Schuaima
la muerte posee la voz
de múltiples aves
el aire azul revolotea de fibra en fibra
mientras las piedras
juegan a pronunciar sus palabras menos comunes
y las hojas saben de antemano
que soy nuevo en este sitio.
Aniquirona
hay un yo que me detiene
que se esmera en el regreso.
A veces pienso
que ese habitante
joven entre los viejos
ama las mismas cosas
la obscura puerta de las posibilidades
la famosa casualidad de las instancias.
¿A dónde van todas esas voces
que me conducen a tu reino?
Sigo las hojas que corretean presurosas
sigo la lluvia y su música húmeda
sigo los pájaros y sus ondas
hay una aproximación entre el lenguaje de los árboles
y el mío.
Sólo así puedo acercarme
sólo así sé que existo
y que el camino no es camino
sino va cargado de palabras y de voces.
Estoy en Schuaima
he llegado con la brisa
sólo su silencio musical me satisface
Aniquirona:
¡Hablemos de poesía!
De Regreso a Schuaima
Ediciones Dauro, Granada España, 2001
II
LAS PIEDRAS
Las piedras de esta Terra
parecen perlas
o nidos de pájaros prehistóricos.
Aquí las palabras huelen a viento
y el silencio tiene forma de roca.
En las piedras de esta Terra solemne
se encierra el espíritu de la lluvia
el canto de los jilgueros
el color de los árboles y las selvas.
Piedras de Schuaima:
montañas desnudas
solitarias colinas
peñas blancas que se botan como palomas
a un verde cielo de tierra;
aquí mi mano saluda
un país constituido de piedras:
rocas perfumadas, rocas uniformes, grises piedras para la pesca,
grandes y escamosas rocas
todas!
piedras de Schuaima
las amo por sabias y no por duras.
IV
LOS RÍOS
Como un volcán en su canción de fuego
como una colina de nieve roja,
así vive Schuaima poblada de ríos.
Ríos que bajan por los llanos
como muchachas desnudas
con trenzas de agua en sus bocas.
El río más grande de Schuaima
se llama Calixto.
Llena la luna
ve descenderlo dormido
por las piedras y las campanuelas del valle.
La espuma con su risa blanca lo llama
Calixto, Calixto!
gravita el río con sus plumas de agua
porque el viento besa su muerte
y su ronquido de dromedario.
Allí está
flotando en un mar de ríos Schuaima
innumerables volcanes hablando del agua:
Paris en forma de lago,
Rogitama un riachuelo de peces,
Calixto y sus rostros de plata
vaciando sus ojos
en ánforas de pescadores.
Como un espejo con cara de hombre
como un pensador de Rodin sobre el charco
yace Schuaima poblada de ríos.
Allí van los hombres moribundos
a dejar sus recuerdos y sus rostros.
Éste es el arca del olvido
el río en donde la memoria desciende
por entre colinas de sueños
y el hombre se va quedando dormido
mientras el agua le baja los párpados.
De Memorias de Alexander de Brucco
Editorial Universidad de Antioquia, 2002
I
A EVA EN EL DESTIERRO
Qué hermosa es Eva
qué hermosa la serpiente que le rodea
el árbol que crece en su talle
el fruto carnoso que despliegan sus labios
al posar sobre la ocarina
su música en las orillas del bosque.
Qué hermoso su cabello
-grajillas oscuras que caen sobre sus hombros perfumados-
su nariz que respira otros mundos
y crea para tantos laberintos
el azahar y las guirnaldas que los sustituya.
Qué hermosa es Eva
qué hermosos sus tobillos
las huellas que dibuja sobre la arena
para marcar el camino hacia la luz y hacia las sombras.
Qué hermosos los hijos que le ha arrojado al mundo
el río que desciende por las colinas de su vientre
el volcán de sus ojos de fuego.
Qué hermosa esta costilla pensante
este polvo sagrado
esta caña aromática
que guarda en sus pechos fragantes
otra manzana para las épocas de lluvia.
III
CAÍN
Mi quinto nombre es Caín
soy la reencarnación del polvo
el hermano mayor de los caballos marinos
el barro que echó raíces
hasta volverse un hombre
un río de poemas y arboladuras.
Soy agricultor
cultivo pájaros y frutas
he vivido la mayor parte del destierro en Nod
al oriente del Edén
en donde el árbol prohibido
se extiende hacia los caminos olorosos que ahora circundo.
Soy Caín
hermano de Abel
hermano de las hojas secas,
del viento, de los pinos de Alepo,
de Set, del exilio y de las largas caminatas por la arena.
Gracias a la quijada de un burro
conozco la voz de las orillas,
el crepitar de la lluvia sobre los mundos subterráneos
el silbido orquestal de las esferas,
las regiones desérticas del cosmos,
el palpitar angustiado del Mar Muerto.
Soy hijo de una multiplicación de huesos,
de Adamá, de la luz,
del manantial prístino que manó de las manos de mi padre.
Cosecho peces, madreselvas, aves mitológicas,
la belleza de la divina providencia
en donde yo,
labrador de las palabras,
soy la parte onírica de las cosas.
Mi quinto nombre es Caín
soy un barco de polvo
uno de los primeros nómadas verdes;
de mí descienden Enoc, Irad, Metusael, Lamec
Y todos los hombres que tocan el arpa y la flauta.
no creo en los señalamientos, en las culpas,
tampoco en el azar
las cosas están escritas, prefijadas,
soy agricultor
y aunque a mi padre azul no le gusten mis cosechas
hoy,
después de tanto tiempo,
vengo a ofrendarle mis poemas.
IV
ABEL
Caín
hermano de vientos, nubes, diluvios y ríos
un mar de luces opalinas gravita en los guáimaros de la ciénaga
y se aglutina en mi espejo
como un prisma que nos dice:
la muerte es una puerta
y el tiempo una ventana
por donde nuestros pasos presurosos
perciben otras cosas, otros mundos.
Bello Caín
la quijada de burro con la cual me mataste
tenía el olor de las encinas y los pinos,
de tus labios venían hasta mi norte
unos chopos amarillos
que enhilaban mis pétalos melancólicos
en el hilo de la muerte.
Hermano profanado por los cielos
el dolor de tu hacha cavernoso
penetraba mi topografía más remota
mi geografía y mi valle más sagrado.
Ante el golpe subceleste
que yo he encontrado sutil y generoso
y que tú asestaste con una sabiduría infinita
yazgo en la orilla de tu río, pensativo.
Oh, amado Caín
tus huellas de madreselva
van decorando mis entrañas,
van vistiendo de semillas, de hiedras y resinas olorosas
mi cuerpo fatigado por los viajes.
mi sudor se impregnaba de tus frutas;
tus piñas, toronjas y zapotes
decoraban mi cabeza
con coronas tejidas por cientos de cuchillos.
Nada soy sin tu golpe
herrero milenario;
tus manos son el yunque
que moldean, a la sombra de estas islas misteriosas,
la herradura, los cristales y los cuarzos
de otras Islas en el hado de la muerte.
Caín
hermano de mis antepasados
hay en ti un pretexto para silenciar la historia
como si la memoria de las dagas
no aceptaran la muerte de Goliat
como una templanza de David,
mi muerte es una templanza tuya.
Amado Caín
por tu golpe y tu palabra
he conocido el paraíso.
XIX
LÁZARO
A Jader Rivera Monje.
Ahora que soy tantas cosas al tiempo
ahora que asumo mis vidas pretéritas
y las lanzo a la carne o al barro
para que se vuelvan poemas
o pequeñas hojas que se enfrenten
al aire rizado del Zaire
me llaman Lázaro.
Soy Lázaro
el hijo de Betania
el hermano de Martha y de María
he conocido la muerte
su río de rosas, gladiolos, violetas, mirtos y lirios
que he transitado, navegado y respirado
en los cuatro días que duró
esa odisea por el mundo fascinante de las sombras.
Soy Lázaro
tengo setenta nombres
música, viento, pájaro, buey, lluvia
son algunos de ellos
creo en la resurrección
en la pervivencia
en el soplo cálido que trasciende
más allá de estas tribus.
Me he levantado del barro nueve veces
y ahora
soy el polvo que no vuelve al polvo.
Mis manos y pies
todavía están atados con envolturas de entierro
pero también es cierto
que bajo mi cuerpo crece la hierba
circundan el gusano, el ciempiés, las calambrinas olorosas,
la gaviota que remonta su vuelo
en busca de otras corrientes de aire.
Soy Lázaro
habitante de Betania
amigo de las sinagogas
de Canaám, de Cafarnaum, de Nazaret, de Galilea
y de otras tierras lejanas
cuyos nombres no entenderían.
Tengo el rostro cubierto con un paño
pero cada vez que me levanto a la vida
cada vez que una mariposa
me recuerda que he nacido de nuevo
el paño va cediendo paso
a otras estrellas, a otras luces, a nuevas especies de animales,
a otros caminos.
Soy Lázaro
y en este viaje al final de la vida
me sentaré sobre otra roca
a hilar el cordón sagrado
el pedazo de río
que me devuelva a otra corriente
en donde todas las voces clamen,
todos los músicos canten,
todas las lluvias digan:
“Lázaro, levántate!”
XX
CARTA DE UN ESCRIBA A MAGDALENA
A Luz
Yo no sé de dobleces de campanas
de sanear o purificar sepulcros
pero un torbellino de hojas secas me conduce hacia tu vientre
y alguna parte de esa música secreta
que tú reinventas y traduces.
Yo no sé de multiplicación de pájaros y peces
ni siquiera escanciar las ánforas de vino
pero busco tu cuerpo Magdalena
como si fuera ese santuario
donde redimir mis carnes y mis velas
agobiadas por los golpes de las sombras.
Yo no sé de resurrecciones
-acaso mi carne no soporte tantas instancias-
no se perdonar las querellas con el polvo
pronosticar las épocas de lluvia
pero estoy seguro Magdalena
que mi amor te reivindica de las culpas
y talla en tu ofertorio
una parvada de pájaros azules
donde sopesar tus deudas y tus vinos.
Yo no sé de estrellas y ovellones
de esferas cuyo fin esté más allá del cosmos,
pero mi conocimiento en tu cabello
quiebra los mapas
y mis manos no poseen otro lenguaje
que el mismo que tú diagramas
en el río de la muerte.
Desde las selvas sirias
hasta el mar occidental,
desde el monte Nebo
hasta el río Rogitama
irá mi ancho y dulce amor, bella Magdalena,
revestido de luz para tus hombros
y un collar de caracolas
hará tejido con peces de distintas geografías
para adornar tu pubis
y tus cabellos crispados por los astros.
Yo no sé de oratorias y viejas enseñanzas
mi lenguaje no supera los silencios de la tierra
pero acaso me domina la palabra
y un Te Amo
no sea otra respuesta
que el peso enamorado de esta cruz.
XXII
PAPIRO A LAS HERMANAS DE LÁZARO
Paseaban en las mañanas por los monasterios de Betfagé.
Las veía con los párpados apagados
por el insomnio que me causaba
la oscuridad de sus cuerpos.
Sabía la hora de su tránsito
sabía que desfilaban desnudas por las escalinatas del bosque
antes del amanecer
y el rumor descollante de los planetas.
Eran Marta y María
hermanas de Lázaro,
eran como dos gotas de lluvia
sobre las arenas desérticas de Caparnaum,
como el pétalo del crepúsculo
sobre las noches brumosas de Tiberíades.
A pesar de la segunda resurrección de la carne
seguían pensando en levantar en tres días la casa,
en resucitar al Betanio
para contagiar de belleza a los escribas del templo.
Aun tras la muerte del Nazareno, permanecían bellas
bellas hasta la saciedad de los últimos caminos.
Lo único que las diferenciaba
era el aroma inescrutable de sus ropas
el color de sus labios
retocados por la espesura del bosque.
Paseaban en las mañanas por los monasterios de Betfagé.
En su vorágine vegetal por las riberas del río
desfilaban desnudas igual que gladiolos, cajetos o sauces llorones
en su travesía hacia las lámparas encendidas de las tinieblas.
Ni el azulejo, ni las chicoras, ni los cafhíes
provocaban en mí, tantas cosas hermosas
como el sonido de sus voces
en el traspatio de aquellas casas lejanas.
Eran insoportablemente hermosas
lozanas, pensativas
altas como los abetos de las sinagogas
en donde remontaban sus canciones
y sus oraciones de vírgenes distantes.
Mientras un pecador como yo
padecía sus encierros, soportaba sus angustias
y enfrentaba su calvario
ellas ingenuas
doblemente ingenuas
triplemente hermosas
cantaban el desprecio hacia los hombres de la tierra.
XXIII
EPÍSTOLA A LA TRAICIÓN
Vesánicos del Neguev
malditos suicidas de estas tierras
ustedes me han ligado a otro concepto de la muerte.
Yo había huido con el viento Maarabit a otras latitudes
pero un futuro incierto nublaba la herradura.
Había pensado en restituir la casa
en comprar flores amarillas para la última cena
pero ya todo estaba dispuesto.
Desde antes de nacer toda está dispuesto:
nombres, padres, pecados y hasta los más crueles amores
escritos en el pergamino de los días.
Todo estaba hecho;
la mesa, la última conversación, los deberes,
las negaciones de la piedra
antes del canto despavorido de los gallos.
Padre de los desdichados
lejos estoy de ser mala hierba en el campo de trigo,
lejos estoy de ser la traición,
el pecado, la cadena maléfica de los evangelios.
¿Quién hubiese hecho lo que yo llevé a cabo?
¿Quién para esculpir el beso amoroso sobre las mejillas marmóreas?
¿Quién para rechazar los treinta denarios y los húmeros?
Soy la semilla de mostaza de la que habló el evangelista,
los precipicios me producen vértigo
y no hay más placer sobre mis carnes
que sentir el peso de la roldana sobre las ropas.
El apóstol no bebe cicuta ,
se ahorca;
era menester mío el ahorcarme
-así estaba escrito-
era menester buscar el eucalipto de las epístolas
el eucalipto al que le colgaban cuatro hojas
para colgar mi cuerpo solitario,
mi cuerpo señalado por la hoguera,
por la mezquindad de la piedra,
por el celo de los otros,
por la bifurcación de los espejos.
Anómalos del verbo
anarquistas de las escrituras
es una bella manía esta de aventurar a la muerte,
una manía constante la del suicidio.
Ahora soy llamado el padre de los suicidas,
de algo serviría tanto esfuerzo?
¿Acaso me recuerdan más que a los otros?
Los ecos de las antigüedades
saben una verdad que las piedras desconocen;
yo también fui un elegido:
el obelisco, la pirámide, la torre del faro
saben esta historia sollozante,
historia que ahora comparto con los desdichados,
con los desposeídos, con los señalados.
Viva el más digno de los doce!
si había una misión que cumplir
la mía se cumplió con entereza,
como ninguno de los doce la cumpliría
Winston Morales. Neiva-Huila, 1969. Comunicador Social y Periodista. Magíster en Estudios de la Cultura, mención Literatura Hispanoamericana, Universidad Andina Simón Bolívar, Quito. Ganador de los concursos nacionales de poesía de las Universidades del Quindío, 2000; Antioquia, 2001, y Tecnológica de Bolívar, 2005. Segundo premio Concurso Nacional de Poesía “Ciudad de Chiquinquirá” en el 2000; Tercer Lugar en el Concurso Internacional Literario de Outono, de Brasil. Primer y único Premio en la IX Bienal Nacional de Novela José Eustasio Rivera. Finalista en concursos de cuento y poesía en Argentina, México y España. Ha publicado los libros de poemas Aniquirona-Trilce Editores 1998; La Lluvia y el ángel (Coautoría)-Trilce Editores 1999; De Regreso a Schuaima, Ediciones Dauro, Granada-España 2001; Memorias de Alexander de Brucco, Editorial Universidad de Antioquia-2002, y la novela Dios puso una sonrisa sobre su rostro.