lunes, 26 de noviembre de 2007

Adrián Pino Varón. Narrativa.

Venganza

Los gritos de mamá se escucharon en toda la cuadra cuando encontró al pequeño ratón tirado en la sala con medio estómago afuera. Gritaba como loca pidiendo que le sacaran ese animal de su casa. No pensé que hiciera tanto alboroto por tan poco, cuando lo que estaba en juego era mi dignidad, mi orgullo. El muy cretino se burló de mí; creyó que podía tomarme del pelo al no cambiarme el diente de leche que todo este tiempo le he dejado bajo la almohada. Agradezca que solo le pasara el triciclo por encima.


La felicidad

El sótano era el mejor lugar de la casa para jugar a los espíritus. Mientras mi mamá se divertía con sus amigas tomando vino de consagrar y hablando de sus maridos, nosotras prendíamos velas de colores, hacíamos círculos cogidas de la mano, bajábamos la respiración, y en medio de la penumbra invocábamos a un fallecido cantante de música rock, solo para que nos dijera cuál de todas alcanzaría la felicidad. Pero nunca dio señas de escucharnos o de pretender respondernos. Entonces nos cansamos de ese juego y cerramos el sótano, indiferentes, para siempre. Unas mañanas después nos llegó la noticia de que Maritza había amanecido muerta en su cama, de forma natural, y que tenía dibujada una apacible sonrisa en el rostro. No obstante al temor de lo sucedido a aquella amiga de infancia, hicimos nuestras vidas, y el tiempo fue el mejor aliciente para olvidarnos de todo, hasta el día que volvimos a encontrarnos, que regresamos al sótano para intentar comunicarnos con Maritza a ver si ella sí nos respondía. También fue en vano. No hubo ni el más leve susurro que indicara su presencia aquí o allá, que trajera su espectro o su sonrisa. Retornamos de nuevo, un tanto desengañadas, a esa vida que ahora llevábamos. Sin embargo, algo me decía que, ya viejas, aprisionadas por la amargura de tantos años perdidos, la única esperanza de felicidad que nos quedaba era la de que la muerte no nos fallara.


Una verdad

La guillotina desciende a una velocidad casi irreal. La muchedumbre mira fascinada los destellos de la hoja, opacados al final por la sangre de la cabeza al desprenderse. Todo es tan rápido que no alcanzo a sacar a tiempo el pañuelo de la protesta. El verdugo recoge el cuerpo, lo arroja como paladas de tierra a una carreta, y toma rumbo a la fosa en los extramuros del pueblo. Allá sólo aguardan los gallinazos, revoleteando impacientes para terminar el acto.


La música

Sus hermanos traen a hombros el féretro. El paso es lento, y un sol persistente después de la misa, hace que por los rostros de los acompañantes rueden gotas de sudor mezcladas con algunas lágrimas. Todos visten de blanco y en la solapa de los vestidos llevan prendida una cinta roja que simboliza su querido partido político, tal como ella lo deseó. Pero la música que sale del féretro es lo que seriamente tiene consternados a los curiosos. ¡La música! Les parece una profanación imperdonable para un cortejo fúnebre, para el descanso de los muertos. Sin embargo, la voluntad de Beatriz debe cumplirse a cabalidad; así lo ha entendido la familia. Ella adquirió el hábito de dormir con el radio a medio volumen, sin importar que perturbara el sueño de los demás. Por eso pidió que le metieran al cajón un radio con baterías nuevas. Solo así podría morir en paz. Solo así.

Adrián Pino Varón. Chinchiná Caldas, 1.972. Tallerista de la desaparecida Casa de Poesía Fernando Mejía Mejía. Su trabajo literario, además de ser publicado en revistas y antologías del país, se recopila en los libros de poesía Páginas habitadas (Fondo Editorial de Risaralda, 2.000) y Palabras innecesarias (Fondo Editorial de Caldas, 2.002). En 1.998, obtuvo el primer premio de poesía convocado por el Fondo Mixto de Caldas y el Ministerio de Cultura, y en el 2.002 fue galardonado nuevamente con el primer premio de poesía convocado por la Secretaría de Cultura de Caldas. Ha sido invitado a los Festivales Internacionales de Poesía de Manizales, Pereira y Bogotá, así como a otros encuentros literarios en el país. Los textos publicados pertenecen al libro Zig zag, inédito.

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