martes, 13 de noviembre de 2007

JR. Cormorán. Narrativa.

Graffiti

Dios no vive en el Cielo

El Diablo.


El Infierno

— ¿Adónde cree que irá ahora que muera?
— Me alegra su optimismo, ¿o debo decir cinismo? Al Infierno, supongo.
— Existe la posibilidad de ir al Paraíso.
— Entiendo que es un sitio aburrido. Ni siquiera usted lo soportaría. Nadie lee. Allí a nadie le interesa la música.
— Es su voluntad, pues, ir al Infierno.
— ¿Ir? Ya estamos en él, padre. ¿No se ha dado cuenta?
— ¿Este es el Infierno? Creí estar confesándolo.
— Así es. Aquí también puede hacerlo.


El nuevo

— Silencio. Ahí viene Dios.
— ¿Cuál es?
— Aquel, el del centro.
— ¿El de sombrero de paja?
— El de barbas amarillas.
— Le encuentro un parecido con Van Gogh.
— No se fíe. Mañana lo encontrará semejante a Baudelaire. Ayer, si no estoy mal, su parecido con Edgar Allan no admitía dudas.
— ¿Poe, quiere usted decir?
— El mismo.
— ¡Vaya! Veo que prefiere a los poetas.
— Aquí no conviene pensar de prisa. El día de mi llegada un vecino me lo señaló. “Allá”, me dijo. Voltee, entusiasmado. Ese día Dios era Nietzsche.


El arrepentido

— Muere sin renunciar a su voluntad.
— Eso siento.
— ¿Algo más?
— Desearía un velorio popular, de nueve noches, con tintos, canelas y animadores de patio.
— Su hija no lo permitirá. Ustedes son ricos, tienes otras formas de morir y de ser velados.
— Es su labor convencerla.
— ¿Es todo?
— Es suficiente, padre. No pido más.
— Marche, pues. Que Dios lo proteja.
— Ojalá, padre. Ojalá pueda hacerlo.
— Dios todo lo puede.
— Admiro su fe. Yo nunca estoy seguro de nada. Ni siquiera sé si estoy muriendo.


El testigo

— Sí, inspector, al llegar los agentes los muertos éramos nueve.
— ¿Está seguro?
— Tan seguro como que usted está detrás de ese escritorio. Yo mismo los conté. Éramos nueve.

La propuesta

Dios y el Diablo coincidieron a la entrada del Infierno. Dios cavilaba sobre la propuesta. Nunca le decía nada distinto donde quiera que se encontraran. Finalmente, respondió:
— No. Es muy tentadora la invitación, pero no. Sería una locura.
El Diablo sonrió:
— Yo, en cambio, estaría dispuesto a vivir en el Cielo. No tengo ningún problema en hacerlo. Siempre hay almas a las que socorrer.
— No —repitió Dios muy sereno —. Mi sitio está en el Cielo. Así lo quieren todos.
El Diablo volvió a encogerse de hombros. Lamentó escuchar una respuesta tan traída.
— En el Infierno —anotó— hay gente que aún cree en usted y espera verlo algún día.
— Admiro la gentileza. Deploro no tener ambición.
Se despidieron de manos.
Dios echó a volar. El Diablo tomó la escalera de la derecha.
Dios remontaba nubes. Sabía que había estado a una respuesta de claudicar. “¡Dios!”, se dijo Dios, “¡Esta vez estuvo cerca!”.
El Diablo, metido en la oscuridad de la escalera, echó mano de una frase que le evitaba vivir de malhumor. “No tengo prisa”, murmuró para sí, con ganas de fumarse un cigarro que no llevaba con él. “Está escrito: alguna vez seré Dios”.

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