martes, 13 de noviembre de 2007

Fernando Núñez. Poesía.

Del libro Oficios del tiempo (1.995)

El ancón

(a la memoria de mi padre)

El padre, silencioso, marcha a la cabeza;
el niño lo sigue saltando los durmientes,
fraguando fantasías
que emergen de la mar y huyen con el viento.
Las casuchas se aferran con garras de cartón y lata
a las faldas peladas de los cerros
en el aire cuajado de salitre
que los trenes en humo desvanecen.

Se escuchan diálogos en lenguas extrañas;
los nativos trajinan perlados de sudor,
renqueando, cargados de fardos.
En corros, marinos de cabotaje,
de cubierta a cubierta intercambian historias,
lían tabacos, hablan de islas
y juegan a los naipes.

Los muelles de tablones olorosos a brea
se estremecen, se quejan al empuje
de barcos mercantes pintados de blanco
como cisnes de mar:
“San Cipriano”, Alicante; “Quadriga”, Stokholm;
“Biwa Maru”, Nagasaki; “Endeavour”, Liverpool…

El niño, desde el muelle, escala cumbres de fábula,
viaja a puertos remotos,
mientras el padre apresta los aparejos de pesca.
A la luz sin matices de esta tarde,
izarán de las aguas peces temblorosos.
Mañana, entre el jadeo de las locomotoras,
volverán al ancón para echar el anzuelo
a la sombra de buques que se irán a otros mundos
repletos de banano.


Del libro La huella de un sedentario (2.001)


Detrás de la piel

Detrás de esta piel están los otros:
aquellos cuyos rostros
no me fueron conocidos,
pero en mí depositaron
la angustia, el asombro
de su andadura humana.

La sangre de los otros,
los que me han precedido
a partir del inicio del tiempo,
ha avanzado en cascadas,
de una generación a otra cayendo
hasta el cantil brumoso
donde se alberga mi edad y mi espacio;
pronto será borrado
por un nuevo embate de la misma marea
que me arrastró a este punto.

También yo estuve en ellos
latente, larvado,
como un embrión de parásito,
rondando los abismos de su sangre,
enquistado en su respiración
y en sus interrogantes,
dentro de un acertijo de anticipaciones
que toda predicción elude,
que no puede desvelar ningún discernimiento.

Detrás de esta piel están los otros.
Debajo de otras pieles,
muy atrás en el tiempo,
también estuvimos nosotros.


Del libro Antropofugas. (Inédito)

Estuario en el crepúsculo

Mis pasos anoche me trajeron al estuario.
En el suelo estallaban globos de calabazas,
flores de caléndula fulgían como estrellas,
los árboles gigantes cantaban en sus copas.

Era noche y en la niebla el misterio daba vueltas.
Menudeaba el trajín de murciélagos e insectos,
voces oscurecidas, gritos de soledad.
El tiempo atomizado fluía en la llovizna.

Volando a tientas la brisa, del pasado sopla,
apacigua al paisaje que se calla y medita.
El plomo de la noche se hace polvo al poniente
entre prados de acanto donde el olvido crece.

Hay bruma en los recuerdos, fulgores en el aire.
Barcas frágiles remontan cascadas de instantes,
descargan en ciertos puertos fardos de secretos.
La mano de la noche desatará el misterio.


Hora crepuscular

Se acoge en el regazo de la arena
la sombra en que la tarde agonizara;
cruzan aves, y en lo alto se alquitara
la sangre del día en bella condena.

Hay en la tarde un silencio de pena
envuelto en tibio tedio que le ampara;
el viento en singladura se prepara
para arrastrar la sombra en su carena.

Al embrujo de la noche, en secreto,
el mar susurra su canción dormida.
Rayan pez y estrella el abismo quieto.

Entra en letargo el pulso de la vida,
la nocturna fronda hinche su esqueleto,
la noche mana como de una herida.


Cadáver de mariposa

En las rosas del jardín volaba
ayer una mariposa.
Temblaba en sus alas el arco iris.
Hoy yace su cadáver sobre las hojas secas.
Sólo unas horas le fueron dadas
para trazar su parábola de vida
entre espejos de agua y túneles de flores.
Fantasma, espejismo, imagen virtual,
latido de luz en llovizna de Mayo.

Una chispa de nieve,
una oscura centella,
alfileres del viento,
un brebaje nocturno,
el enorme peso de un hilo de luz,
una gota de tiempo,
podrían abatir el poder
que dio lumbre a sus alas.

Entre espectros de seres
y apariencias de cosas,
nuevas sombras se amasan;
la niebla se deshace y recompone,
los fantasmas se mueven.
Nuevas mariposas visitan
renovados jardines.


Australopiteco

Todos fuimos australopitecos
al dar los primigenios pasos en Laetholi y Afar.
Esas huellas fueron impresas
en el polvo volcánico de aquel valle de África,
no sólo por el pie de la pequeña Lucy
(madre nuestra simbólica o real),
se irguió también sobre esas pisadas
toda la humanidad en marcha
a lo largo de estos cuatro y medio millones de años
de azares y errancia.
Allí fue nuestra infancia más vieja,
nuestra niñez de monos vestidos de inocencia.
Después, devenir sin reposo
de los simios que aprenden a pulir la roca,
a dominar el fuego,
a elaborar la guerra, a ejercitar la caza,
a construir hogares,
a inventar el símbolo, a crear la palabra,
y con la palabra encarar el misterio,
abrazar el pavor de su fascinación,
abismarse en dudas, fustigarse con preguntas,
sentir el agobio del horror de la muerte,
consolarse en la creación y adoración de dioses...
todo para al fin empezar a comprender
que tan sólo es verdad la incertidumbre.

Fernando Núñez del Castillo. Aracataca (Magd.), 26 de Diciembre de 1.943. Biólogo, Universidad Nacional de Colombia. Maestría en Genética, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM, ciudad de México). Profesor de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá, D.C.) de 1.973 a 1.998. Ha publicado unos 20 artículos sobre Biología y Genética en revistas científicas de Colombia y el exterior. Un libro sobre Genética entomológica.
Libros de poesía: Oficios del tiempo (Fondo Nacional Universitario. Bogotá, D.C. 1.995), La huella de un sedentario (HG Impresores. Bogotá, D.C. 2.001) Tiene inéditos los poemarios Barro animal, Antropofugas y De carne y sueños.

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