*Durante el I Congreso sobre Tecnologías de la Escritura, recientemente celebrado en la Universidad de Western Ontario, London, Canadá, se llevó a cabo una mesa redonda cuyo propósito era considerar las implicaciones de esta pregunta: “¿Debería la poesía servirse de todos los avances de la tecnología disponibles (y en particular, de la tecnología digital) para adaptarse al mundo actual y transformarse junto con él; o debería preservar su identidad tradicionalmente asociada con la tinta, la página de papel, la tertulia y el aula?” A continuación, mi respuesta.
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La pregunta invita a una reflexión encaminada en dos direcciones que me parecen determinantes: el acto de creación en sí, y la difusión del texto o discurso producido. Estas observaciones son hechas a partir de mi propia formación y experiencia. Concluyo con una consideración final, tema al cual sin duda volveremos durante la mesa redonda.
CREACIÓN
Sin pretender poseer las claves de tan complejo proceso, creo que el acto creativo nace casi siempre de una imagen que puede ser una idea impregnada de sonido, una vivencia, una reflexión momentánea, un recuerdo, etc.; en síntesis, una experiencia específica que verbalizada en determinado momento se convierte en lo que convencionalmente llamamos el poema. Es éste un ejercicio condicionado y controlado por la intuición poética, principio que conduce y sirve de base al esfuerzo creador. Entrenado convencionalmente en un sistema de registro formal llamado escritura, lo que yo hago a partir de aquella primera imagen es acudir al papel y anotar significantes, hilvanar el tejido, atrapar las escurridizas palabras. Ese es el primer paso. El siguiente, sin duda más consciente, es el proceso de ajuste de ese discurso. Con una observación importante: para quien lo escribe, el poema nunca estará totalmente acabado.
Queda claro que por muchos mecanismos de tipo técnico que tengamos a nuestra disposición, ninguno de ellos por sí solo puede solucionar el dilema de cada escritor frente a la página en blanco. Lo que sí es cierto es que al trasladarse el texto inicial que escribimos al espacio de la pantalla de un ordenador, por ejemplo, el proceso de ajuste resulta más eficaz. Es posible por lo mismo que quien se empeñe logre formatizar con cierta audacia técnica el cuerpo del poema, utilizando algún “programa” especialmente diseñado para tal fin. Sin olvidar, claro está, que tales audacias no constituyen algo totalmente nuevo, pues las encontramos ya en momentos anteriores al actual estallido tecnológico: desde el Canto a la Botella que Rabelais incluyera en la edición de su Cinquième livre (1565), pasando por los célebres Calligrammes (1918) de Apolllinaire, los “Topoemas” (1968) de Octavio Paz, y los múltiples ejercicios practicados por la llamada “poesía concreta”.
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La pregunta invita a una reflexión encaminada en dos direcciones que me parecen determinantes: el acto de creación en sí, y la difusión del texto o discurso producido. Estas observaciones son hechas a partir de mi propia formación y experiencia. Concluyo con una consideración final, tema al cual sin duda volveremos durante la mesa redonda.
CREACIÓN
Sin pretender poseer las claves de tan complejo proceso, creo que el acto creativo nace casi siempre de una imagen que puede ser una idea impregnada de sonido, una vivencia, una reflexión momentánea, un recuerdo, etc.; en síntesis, una experiencia específica que verbalizada en determinado momento se convierte en lo que convencionalmente llamamos el poema. Es éste un ejercicio condicionado y controlado por la intuición poética, principio que conduce y sirve de base al esfuerzo creador. Entrenado convencionalmente en un sistema de registro formal llamado escritura, lo que yo hago a partir de aquella primera imagen es acudir al papel y anotar significantes, hilvanar el tejido, atrapar las escurridizas palabras. Ese es el primer paso. El siguiente, sin duda más consciente, es el proceso de ajuste de ese discurso. Con una observación importante: para quien lo escribe, el poema nunca estará totalmente acabado.
Queda claro que por muchos mecanismos de tipo técnico que tengamos a nuestra disposición, ninguno de ellos por sí solo puede solucionar el dilema de cada escritor frente a la página en blanco. Lo que sí es cierto es que al trasladarse el texto inicial que escribimos al espacio de la pantalla de un ordenador, por ejemplo, el proceso de ajuste resulta más eficaz. Es posible por lo mismo que quien se empeñe logre formatizar con cierta audacia técnica el cuerpo del poema, utilizando algún “programa” especialmente diseñado para tal fin. Sin olvidar, claro está, que tales audacias no constituyen algo totalmente nuevo, pues las encontramos ya en momentos anteriores al actual estallido tecnológico: desde el Canto a la Botella que Rabelais incluyera en la edición de su Cinquième livre (1565), pasando por los célebres Calligrammes (1918) de Apolllinaire, los “Topoemas” (1968) de Octavio Paz, y los múltiples ejercicios practicados por la llamada “poesía concreta”.
DIFUSIÓN
Conocidos los inevitables límites que en determinados medios culturales y económicos impone la convencional propagación de la poesía a través del libro impreso (una realidad particularmente impactante en nuestros países hispanoamericanos debido a factores como el costo relativamente excesivo del libro, las dificultades para su venta y su distribución en un mercado editorial dominado por intereses bursátiles y “modas” publicitarias, los hábitos de lectura, el escaso número de bibliotecas públicas, etc.), la tecnología actual nos ofrece sin duda claras alternativas: un vasto espacio cibernético que pone a nuestro alcance un valioso arsenal digitalizado. Se desarrollan así diferentes bibliotecas, colecciones, portales, blogs, etc., a los cuales podemos acceder de forma rápida y gratuita, disponibles en nombre de la difusión de la cultura, de la propagación del conocimiento, o de la simple diversión.
El poema como tal es el resultado de una experiencia muy compleja y personal. La pantalla del ordenador, al igual que la cinta magnetofónica, o la tradicional hoja de papel impresa con tinta que huele a tinta, son solo el medio que le permite al texto hacer su viaje de propagación. En este sentido, la “adaptación” y “transformación” de la poesía ante las bondades tecnológicas de las que actualmente disponemos quizá solo sea verdaderamente mensurable en lo que se refiere a la difusión de la obra producida. ¿Debe el escritor aprovechar todos los medios a su alcance para que el poema llegue a los otros? Por supuesto que sí. Escribimos porque necesitamos y queremos decir algo. En la medida en que mejor podamos acercarnos a los otros para que nos lean, para que nos escuchen, para establecer ese humano contacto, todo medio al servicio de esa tarea es de irrenunciable beneficio.
CONSIDERACIÓN FINAL
Queda claro que mis anteriores reflexiones parten de una perspectiva que concede a la escritura un estatus privilegiado en la conformación del texto o discurso poético. Lo cual no implica de ninguna manera que el poema sea concebido como un ente estático, pues si algo resalta en tal planteamiento es –como bien señalara Octavio Paz- la idea del texto poético como una constelación de signos en rotación: el verbo en pleno movimiento (“Los signos en rotación”, 1965). Un dinamismo que permite a la poesía explorar y ampliar su dimensión semántica; como ocurrió ya en las primeras décadas del siglo XX al absorber éstas diferentes estrategias aportadas por los movimientos europeos de vanguardia (futurismo, dadaísmo, surrealismo, etc.), como ha seguido ocurriendo en la controvertida experiencia que representa el desmantelamiento ontológico postmoderno. No es sorprendente, por lo tanto, que ante la bonanza tecnológica actual el poema intente re-inventarse como “objeto”, aprovechando la aplicación de los más recientes recursos. Y esto es fácil constatarlo.
El portal de literatura y cultura BLOCOS (www.blocosonline.com.br), por ejemplo, nos permite entrar en la página “Poesía brasileira contemporânea”, donde un listín de opciones señala diferentes modalidades aplicadas por los autores en la re-presentación o proyección del poema: “Artwork”, “Digital”, “Fotopoema”, “Ilustrada”, “Visual”. Manifestaciones audaces de una especie de fiebre lúdica-digital, estas textualidades proponen nuevas formas de construcción y recepción del discurso poético. Al lado de ellas, sin embargo, aparece también una larga muestra de poesía “Linear”, donde evidentemente la palabra no ha perdido su estatus privilegiado como significante, y el discurso se aferra a una forma de representación que ahora llamaríamos vieja tecnología. Sitios como éste abundan en Internet, y el propósito perseguido es evidente: aprovechar los medios digitales disponibles para hacer del artefacto poético un espectáculo, una experiencia de ejecución.
Y ya que hablamos de ejecución/performance, una rápida visita al “Electronic Poetry Center” de SUNY, Buffalo (http://epc.buffalo.edu), por ejemplo, muestra también los resultados del último Festival Internacional de Poesía Digital (París, 2007) donde diferentes ejecutantes presentaron “poesía numérica”, “poesía digital”, “poesía animada interactiva”, “holopoemas”, “videopoemas”, e incluso “poesía degenerativa”; en este último caso, textos con la virtud de autodestruirse al ser vistos por un viajero-lector en la red. Una explosiva celebración tecnológica, que necesariamente nos invita a reflexionar -una vez más- sobre lo que entendemos por poesía y poema, ahora en relación con los nuevos medios. Toda discusión al respecto es, sin duda, culturalmente saludable y necesaria.
Teobaldo A. Noriega, Ph. D.Trent University
Conocidos los inevitables límites que en determinados medios culturales y económicos impone la convencional propagación de la poesía a través del libro impreso (una realidad particularmente impactante en nuestros países hispanoamericanos debido a factores como el costo relativamente excesivo del libro, las dificultades para su venta y su distribución en un mercado editorial dominado por intereses bursátiles y “modas” publicitarias, los hábitos de lectura, el escaso número de bibliotecas públicas, etc.), la tecnología actual nos ofrece sin duda claras alternativas: un vasto espacio cibernético que pone a nuestro alcance un valioso arsenal digitalizado. Se desarrollan así diferentes bibliotecas, colecciones, portales, blogs, etc., a los cuales podemos acceder de forma rápida y gratuita, disponibles en nombre de la difusión de la cultura, de la propagación del conocimiento, o de la simple diversión.
El poema como tal es el resultado de una experiencia muy compleja y personal. La pantalla del ordenador, al igual que la cinta magnetofónica, o la tradicional hoja de papel impresa con tinta que huele a tinta, son solo el medio que le permite al texto hacer su viaje de propagación. En este sentido, la “adaptación” y “transformación” de la poesía ante las bondades tecnológicas de las que actualmente disponemos quizá solo sea verdaderamente mensurable en lo que se refiere a la difusión de la obra producida. ¿Debe el escritor aprovechar todos los medios a su alcance para que el poema llegue a los otros? Por supuesto que sí. Escribimos porque necesitamos y queremos decir algo. En la medida en que mejor podamos acercarnos a los otros para que nos lean, para que nos escuchen, para establecer ese humano contacto, todo medio al servicio de esa tarea es de irrenunciable beneficio.
CONSIDERACIÓN FINAL
Queda claro que mis anteriores reflexiones parten de una perspectiva que concede a la escritura un estatus privilegiado en la conformación del texto o discurso poético. Lo cual no implica de ninguna manera que el poema sea concebido como un ente estático, pues si algo resalta en tal planteamiento es –como bien señalara Octavio Paz- la idea del texto poético como una constelación de signos en rotación: el verbo en pleno movimiento (“Los signos en rotación”, 1965). Un dinamismo que permite a la poesía explorar y ampliar su dimensión semántica; como ocurrió ya en las primeras décadas del siglo XX al absorber éstas diferentes estrategias aportadas por los movimientos europeos de vanguardia (futurismo, dadaísmo, surrealismo, etc.), como ha seguido ocurriendo en la controvertida experiencia que representa el desmantelamiento ontológico postmoderno. No es sorprendente, por lo tanto, que ante la bonanza tecnológica actual el poema intente re-inventarse como “objeto”, aprovechando la aplicación de los más recientes recursos. Y esto es fácil constatarlo.
El portal de literatura y cultura BLOCOS (www.blocosonline.com.br), por ejemplo, nos permite entrar en la página “Poesía brasileira contemporânea”, donde un listín de opciones señala diferentes modalidades aplicadas por los autores en la re-presentación o proyección del poema: “Artwork”, “Digital”, “Fotopoema”, “Ilustrada”, “Visual”. Manifestaciones audaces de una especie de fiebre lúdica-digital, estas textualidades proponen nuevas formas de construcción y recepción del discurso poético. Al lado de ellas, sin embargo, aparece también una larga muestra de poesía “Linear”, donde evidentemente la palabra no ha perdido su estatus privilegiado como significante, y el discurso se aferra a una forma de representación que ahora llamaríamos vieja tecnología. Sitios como éste abundan en Internet, y el propósito perseguido es evidente: aprovechar los medios digitales disponibles para hacer del artefacto poético un espectáculo, una experiencia de ejecución.
Y ya que hablamos de ejecución/performance, una rápida visita al “Electronic Poetry Center” de SUNY, Buffalo (http://epc.buffalo.edu), por ejemplo, muestra también los resultados del último Festival Internacional de Poesía Digital (París, 2007) donde diferentes ejecutantes presentaron “poesía numérica”, “poesía digital”, “poesía animada interactiva”, “holopoemas”, “videopoemas”, e incluso “poesía degenerativa”; en este último caso, textos con la virtud de autodestruirse al ser vistos por un viajero-lector en la red. Una explosiva celebración tecnológica, que necesariamente nos invita a reflexionar -una vez más- sobre lo que entendemos por poesía y poema, ahora en relación con los nuevos medios. Toda discusión al respecto es, sin duda, culturalmente saludable y necesaria.
Teobaldo A. Noriega, Ph. D.Trent University
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