por Ricardo Solis
Exclusivo para La Jornada de Jalisco
Acercarse a Efraim Medina Reyes (Cartagena, Colombia, 1967), descrito como “el más brillante, peligroso y sagaz escritor de la actual narrativa colombiana” es, por lo menos, delicado. Pero la dinámica se establece como en el “fogonazo y apagón” de la tradición alcoholizante. A un tiro responde otro. De un intento de reportero a un ex boxeador aficionado que no ha conocido la victoria…
–¿Cómo describiría su trabajo literario?
–Escribir para mí es el resultado de una búsqueda que tiene muy poco que ver con la literatura; es algo en el tejido nervioso, una salvaje necesidad de expresar lo absurdo e inapropiado que me siento en cada circunstancia. Creo ser una persona intuitiva y emocional, al mismo tiempo me divierte experimentar con diversas formas y niveles de lenguaje. Nunca me propuse ni pensé ser escritor; detesto a los escritores, me parecen fofos y aburridos. Escribir me permite reflexionar sobre las cosas que me obsesionan como el aislamiento a que nos somete el tipo de sociedad esquizofrénica que hemos construido o la forma como hemos convertido el sexo en mecánica funcional y el amor en una lánguida y perversa costumbre. Me gustaría empezar todo de nuevo, partir otra vez desde el génesis en compañía de Paulina Rubio.
–¿A qué atribuye que gran número de sus lectores sean jóvenes?
–Mi lenguaje franco y directo tiende a romper esquemas; más que jóvenes por edad me lee gente vital y de mente abierta. No escribo, como el pendejo de Dan Brown, para satisfacer el gusto mediano. Dejo la piel y el alma en lo que escribo y pretendo convulsionar e incidir en la vida de quien me lee, confrontar sus certezas y dilemas. Crecí influenciado por el rock y el cine underground e imagino que en mis libros hay códigos que unen e identifican a varias generaciones.
–En alguna entrevista aseveró que su lugar preferido para vivir es Bogotá, ¿qué la hace especial?
–Es una urbe plena de contradicciones, una ciudad inmensa, sin embargo, plena de humanidad. También feroz y despiadada, pero divertida. Hay miles y miles de sitios para ir a bailar, millones de bellas mujeres que saben amar y odiar en el mejor de los modos. El transporte, el ron y las putas son más baratos que en cualquier otra parte. La gente es muy educada, hasta los asaltantes suelen tener buenos modales. Si no fuera por el excesivo número de poetas por metro cuadrado sería una ciudad perfecta.
–¿Qué opinión le merece la literatura que se produce hoy día?
–La mayor parte de la literatura actual es física mierda; hay pocos escritores y demasiados “funcionarios de la literatura”. Me aburre leer a mis contemporáneos, no hay emoción ni intensidad en lo que escriben, no hay fuerza ni inteligencia. Escriben para mantenerse en el “mercado” y porque según ellos es su oficio. ¿Cómo puede ser el oficio de alguien ser escritor? Uno está en el mundo, tiene ira y desenfreno, ha tenido noches inolvidables y resacas terribles. Uno está jodido y entonces golpea la pared, suena el bajo, corre entre los automóviles o escribe... Pero para los pendejos que desde el comienzo tenían como objetivo ser escritores y estudiaron literatura o cosas afines y han sido o todavía son profesores de semiótica y tonterías por el estilo, para ellos escribir es un oficio y por eso no paran de producir caca de ratón enfermo.
–¿Cómo mira o piensa la tradición literaria de Colombia?
–Negar el valor literario de García Márquez sería una necedad, pero detrás de esa inmensa momia sagrada hay excelentes escritores y poetas, como Luis Carlos López, Fernando González, Alvaro Cepeda Samudio, Héctor Rojas Herazo, Raúl Gómez Jattin, Andrés Caicedo.
–¿Hay algún escritor que admire o deteste de manera especial?
–Le tengo afecto y admiración a Juan Manuel Roca, es un poeta extraordinario y un ser humano honesto y vital. No creo detestar a nadie, pero la gente que se toma demasiado en serio me parece peligrosa.
–¿Cómo diría que influye la situación sociopolítica de su país en lo que se escribe?
–Muchos “funcionarios de la literatura” viven en Colombia de envasar las desgracias en formato novela. Hay algunos libros donde existe la preocupación por interpretar y explicar esa terrible realidad que nos abate, pero en la mayoría se trata sólo de vender el muerto antes que se enfríe, justo como hacen los periódicos sensacionalistas.
–¿Es la primera vez que viene a México?
–Como diría Roca, “regreso a México por primera vez”. No estuve antes, pero es un país que está en mí. Crecí viendo cine mexicano y escuchando a mi madre cantar rancheras y boleros de Javier Solís. Después llegaron los arduos parajes de Rulfo. Me encanta la comida mexicana y creo ser uno de los más fuertes bebedores de tequila que hay en el mundo. Y lo mejor de todo, hace años tuve una novia de Tijuana con la que atravesé muchas fronteras en una pequeña y pobre habitación de hotel en Bogotá.
*Entrevista aparecida en la Jornada de Jalisco (México) con motivo de la Feria Internacional de Libro de Guadalajara
Exclusivo para La Jornada de Jalisco
Acercarse a Efraim Medina Reyes (Cartagena, Colombia, 1967), descrito como “el más brillante, peligroso y sagaz escritor de la actual narrativa colombiana” es, por lo menos, delicado. Pero la dinámica se establece como en el “fogonazo y apagón” de la tradición alcoholizante. A un tiro responde otro. De un intento de reportero a un ex boxeador aficionado que no ha conocido la victoria…
–¿Cómo describiría su trabajo literario?
–Escribir para mí es el resultado de una búsqueda que tiene muy poco que ver con la literatura; es algo en el tejido nervioso, una salvaje necesidad de expresar lo absurdo e inapropiado que me siento en cada circunstancia. Creo ser una persona intuitiva y emocional, al mismo tiempo me divierte experimentar con diversas formas y niveles de lenguaje. Nunca me propuse ni pensé ser escritor; detesto a los escritores, me parecen fofos y aburridos. Escribir me permite reflexionar sobre las cosas que me obsesionan como el aislamiento a que nos somete el tipo de sociedad esquizofrénica que hemos construido o la forma como hemos convertido el sexo en mecánica funcional y el amor en una lánguida y perversa costumbre. Me gustaría empezar todo de nuevo, partir otra vez desde el génesis en compañía de Paulina Rubio.
–¿A qué atribuye que gran número de sus lectores sean jóvenes?
–Mi lenguaje franco y directo tiende a romper esquemas; más que jóvenes por edad me lee gente vital y de mente abierta. No escribo, como el pendejo de Dan Brown, para satisfacer el gusto mediano. Dejo la piel y el alma en lo que escribo y pretendo convulsionar e incidir en la vida de quien me lee, confrontar sus certezas y dilemas. Crecí influenciado por el rock y el cine underground e imagino que en mis libros hay códigos que unen e identifican a varias generaciones.
–En alguna entrevista aseveró que su lugar preferido para vivir es Bogotá, ¿qué la hace especial?
–Es una urbe plena de contradicciones, una ciudad inmensa, sin embargo, plena de humanidad. También feroz y despiadada, pero divertida. Hay miles y miles de sitios para ir a bailar, millones de bellas mujeres que saben amar y odiar en el mejor de los modos. El transporte, el ron y las putas son más baratos que en cualquier otra parte. La gente es muy educada, hasta los asaltantes suelen tener buenos modales. Si no fuera por el excesivo número de poetas por metro cuadrado sería una ciudad perfecta.
–¿Qué opinión le merece la literatura que se produce hoy día?
–La mayor parte de la literatura actual es física mierda; hay pocos escritores y demasiados “funcionarios de la literatura”. Me aburre leer a mis contemporáneos, no hay emoción ni intensidad en lo que escriben, no hay fuerza ni inteligencia. Escriben para mantenerse en el “mercado” y porque según ellos es su oficio. ¿Cómo puede ser el oficio de alguien ser escritor? Uno está en el mundo, tiene ira y desenfreno, ha tenido noches inolvidables y resacas terribles. Uno está jodido y entonces golpea la pared, suena el bajo, corre entre los automóviles o escribe... Pero para los pendejos que desde el comienzo tenían como objetivo ser escritores y estudiaron literatura o cosas afines y han sido o todavía son profesores de semiótica y tonterías por el estilo, para ellos escribir es un oficio y por eso no paran de producir caca de ratón enfermo.
–¿Cómo mira o piensa la tradición literaria de Colombia?
–Negar el valor literario de García Márquez sería una necedad, pero detrás de esa inmensa momia sagrada hay excelentes escritores y poetas, como Luis Carlos López, Fernando González, Alvaro Cepeda Samudio, Héctor Rojas Herazo, Raúl Gómez Jattin, Andrés Caicedo.
–¿Hay algún escritor que admire o deteste de manera especial?
–Le tengo afecto y admiración a Juan Manuel Roca, es un poeta extraordinario y un ser humano honesto y vital. No creo detestar a nadie, pero la gente que se toma demasiado en serio me parece peligrosa.
–¿Cómo diría que influye la situación sociopolítica de su país en lo que se escribe?
–Muchos “funcionarios de la literatura” viven en Colombia de envasar las desgracias en formato novela. Hay algunos libros donde existe la preocupación por interpretar y explicar esa terrible realidad que nos abate, pero en la mayoría se trata sólo de vender el muerto antes que se enfríe, justo como hacen los periódicos sensacionalistas.
–¿Es la primera vez que viene a México?
–Como diría Roca, “regreso a México por primera vez”. No estuve antes, pero es un país que está en mí. Crecí viendo cine mexicano y escuchando a mi madre cantar rancheras y boleros de Javier Solís. Después llegaron los arduos parajes de Rulfo. Me encanta la comida mexicana y creo ser uno de los más fuertes bebedores de tequila que hay en el mundo. Y lo mejor de todo, hace años tuve una novia de Tijuana con la que atravesé muchas fronteras en una pequeña y pobre habitación de hotel en Bogotá.
*Entrevista aparecida en la Jornada de Jalisco (México) con motivo de la Feria Internacional de Libro de Guadalajara
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